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Director: Ingmar Bergman
Intérpretes: Bibi Andersson, Liv Ullmann, Margaretha Krook, Gunnar Björnstrand
Año de estreno: 1966
Hubo una época en que ciertas películas tan sólo se podían ver los Cines de Arte y Ensayo: películas de factura alternativa y muy distintas a los productos importados de Hollywood. Hubo una época en que el cine europeo protagonizó una revolución de las formas que acabó alcanzando la Meca del Cine.
Las películas de Ingmar Bergman no son sencillas de ver, y hay mucha gente que se aburre soberanamente por ellas. ¿Por qué? Mi respuesta es: porque Hollywood nos tiene muy mal acostumbrados. Lo normal en el cine estadounidense es realizar películas que cuentan una historia, historia que tiene un tema o más. En cambio, el cine de Bergman está realizado de una manera muy distinta. Él da todo el protagonismo al tema, que además se corresponde a una de sus preocupaciones personales, y reflexiona acerca de él mediante un argumento abstracto y lleno de símbolos. No nos cuenta una historia. Nos transmite sus cavilaciones.
Persona tiene como protagonistas dos temas muy concretos: la identidad (tanto la idea de adoptar la de otros como la formación de una propia) y la sinceridad, centrándose en los secretos y vivencias que nunca contamos a nadie, permitiendo que nos corroan por dentro, tema que protagonizaría años más tarde Gritos y susurros. Se trata, en mi opinión, de una de las películas más abstractas y personales del director sueco. La historia se inicia con dos mujeres: una joven enfermera llamada Alma y una actriz hospitalizada llamada Elisabet Vogler. Ésta, según se nos relata, fue ingresada después de interrumpir una interpretación teatral porque el personaje (Electra) no le inspiraba nada en absoluto. Dado que carece de toda dolencia física y mental, la doctora que la trata le recomienda que pase un tiempo en su casa de la playa junto a Alma. Allí, las dos mujeres conectan inmediatamente a pesar de sus caracteres opuestos, poniendo en común sus sentimientos y secretos más personales, hasta iniciar un proceso de simbiosis.
Las películas de Ingmar Bergman no son sencillas de ver, y hay mucha gente que se aburre soberanamente por ellas. ¿Por qué? Mi respuesta es: porque Hollywood nos tiene muy mal acostumbrados. Lo normal en el cine estadounidense es realizar películas que cuentan una historia, historia que tiene un tema o más. En cambio, el cine de Bergman está realizado de una manera muy distinta. Él da todo el protagonismo al tema, que además se corresponde a una de sus preocupaciones personales, y reflexiona acerca de él mediante un argumento abstracto y lleno de símbolos. No nos cuenta una historia. Nos transmite sus cavilaciones.
Persona tiene como protagonistas dos temas muy concretos: la identidad (tanto la idea de adoptar la de otros como la formación de una propia) y la sinceridad, centrándose en los secretos y vivencias que nunca contamos a nadie, permitiendo que nos corroan por dentro, tema que protagonizaría años más tarde Gritos y susurros. Se trata, en mi opinión, de una de las películas más abstractas y personales del director sueco. La historia se inicia con dos mujeres: una joven enfermera llamada Alma y una actriz hospitalizada llamada Elisabet Vogler. Ésta, según se nos relata, fue ingresada después de interrumpir una interpretación teatral porque el personaje (Electra) no le inspiraba nada en absoluto. Dado que carece de toda dolencia física y mental, la doctora que la trata le recomienda que pase un tiempo en su casa de la playa junto a Alma. Allí, las dos mujeres conectan inmediatamente a pesar de sus caracteres opuestos, poniendo en común sus sentimientos y secretos más personales, hasta iniciar un proceso de simbiosis.
En blanco y negro, carente casi al cien por cien de música de fondo, Bergman juega con la interpretación de las actrices y los contrastes de luces y sombras. Los primeros planos juegan un papel protagonista, transmitiendo una fuerza expresiva sobresaliente. La introspección alcanza en Persona una sublimación que ha acabado contagiando a gran parte del cine escandinavo, aunque la figura de Bergman sea insustituible en su estudio de las emociones más personales del ser humano. Aunque no he tenido ocasión de ver más que otras dos películas del director sueco (El séptimo sello y Gritos y susurros) debo confesar que se trata de un cineasta que despuera en mí un gran interés. Sus películas no responden a una voluntad de entretenimiento, sino que invitan a reflexionar sobre preocupaciones reales e íntimas de la existencia humana. Y eso, teniendo en cuenta que el cine que solemos ver en nuestras carteleras posee argumentos que dan masticado hasta el más mínimo detalle, se agradece.
Puntuación: 9
Puntuación: 9
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